miércoles, noviembre 16, 2005

NIÑOS Y ANCIANOS TRABAJADORES

En la 52 se subió un joven de aproximadamente unos 14 años vendiendo los chocolates Jet Animalitos. Estaba vestido pulcramente, con un jean, camiseta y zapatos deportivos. Aunque ya el trabajo lo había hecho transpirar un poco, no se veía sucio ni desgarbado. Luego del respectivo discurso procedió a ofrecer los chocolatitos. Mucha gente los aceptaba y mucha no. En ese rato me acordé de algunos alumnos que tuve en el Vicente Rocafuerte cuando suplí a un profesor, que trabajaban por la mañana. Un par de hermanos vendían CDs en una picantería, otro alumno era cobrador en el bus del papá, otro vendía frutas con su mamá y otro atendía un local en la bahía y así me imagino que muchos otros deben haber tenido la necesidad de trabajar pero no me enteré de su historia. Y cómo fue que me enteré que trabajaban? Pues cuando les envié bastante tarea para un fin de semana, me pidieron que la aplace porque tenían mucha tarea de Lenguaje y no iban a alcanzar a hacer porque tenían que trabajar. En ese rato me sentí un chance mal, no estoy muy de acuerdo con que los niños trabajen, aunque ya eran jóvenes de segundo curso, pienso que para todo hay edad y esa es edad para estudiar. Pero a veces no se puede. Entonces les rebajé la tarea para ese fin de semana y cambié el esquema de trabajo enviándoles ejercicios diarios. Sí eran alumnos aceptables a pesar de haber tenido esa responsabilidad adicional y eran un ejemplo para aquellos que tenían todo y a pesar de eso no rendían.
Pagué $0.25 por los tres chocolates y solo espero haber podido contribuir con los estudios de ese chico que, según él, es para lo que trabaja.
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Regresé en la 25. El bus de detuvo por una roja y cruzó la calle un abuelito. Habrá tenido sus setenta y pico de años si no es más. Iba vendiendo cinturones, billeteras y monederos. La calle en la que estábamos no tiene muy buena reputación, las cinco esquinas. Chuta! El abuelito iba cargado y caminaba a paso lento! Ojalá no le roben pensé, porque en esta ciudad de nadie los ladrones no respetan canas. Y así, por ese sector, por la bahía, por la Caja del Seguro he visto a muchos ancianitos sentados en una vereda con un trapito vendiendo de todo un poco. En el rostro de más de uno se refleja la desesperación de tal vez irse sin nada en el bolsillo. Muchas veces les he comprado algo que no he necesitado pero al rato se le encuentra uso o quién lo necesite. Es así que llego a la casa con cortaúñas, peinillas, franelas, barajas, etc. Pero siempre quedará la impotencia y la pena de ver tan triste situación.
A veces esto sirve para darnos cuenta la suerte que muchos tenemos. Mis tíos, mi prima y yo nunca tuvimos que trabajar de niños, mis abuelos en cambio sí tuvieron que hacerlo. Pero ahora mis abuelos no tienen la necesidad porque afortunadamente poderlos darle lo que necesitan. Ojalá, mis hijos no tengan la necesidad de subirse a los buses a vender chocolates y cuando sea vieja no tenga que salir a la calle a sentarme en una vereda con un trapito a vender de todo un poco.

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